Durante la primera semana, había una feria internacional de libros que ofrecía puestos de librerías y de editoriales en una tienda cercana al Zócalo, la plaza central atravesada por turistas, vendedores, y otros que se sentían atraídos por los restaurantes, las bandas y los discursos políticos. Mientras que decenas de compradores potenciales inspeccionaban los puestos para obtener gangas, en otra tienda cercana, una sucesión de escritores, críticos, y caricaturistas pontificaban a los presentes.
Durante la semana siguiente, una serie de talleres, lecturas de manuscritos, y discusiones atrajeron a Oaxaca a escritores, a editores, y a otros involucrados en el comercio de libros. Los talleres de escritura se llevaron a cabo en la biblioteca pública, donde los escritores leyeron sus manuscritos a las audiencias en el patio.
Después se realizaron varios días de sesiones sobre el desarrollo de comunidades de lectores. Estas tuvieron lugar principalmente en un par de las muchas bibliotecas dispersas a través de la ciudad – quizás el elemento más distintivo de la escena literaria de Oaxaca.
Octavio Lara, un fotógrafo local, me contó sobre la primera biblioteca pequeña que visité, enfrente de la gran Iglesia de Santo Domingo, con su torres gemelas con cúpulas. Allá, en un edificio modesto que alberga al Instituto de Artes Gráficas (IAGO), descubrí un serie de salas tranquilas, algunas que tenían exposiciones de arte, otras llenas de libros de la colección de Francisco Toledo, un artista y editor de libros, creador del Instituto.
Esta es posiblemente la colección más distinguida de libros y otros materiales de artes gráficas de todo México. Solo unas pocas cuadras de distancia, el IAGO tiene una segunda colección de libros sobre literatura e historia. Las colecciones internacionales de las dos bibliotecas están disponibles sin costo alguno para cualquier persona que quiera consultarlas.
El IAGO ha sido un modelo para otros centros culturales que proveen espacio no solo para libros sino también para talleres, conferencias, y otras manifestaciones artísticas.
La Biblioteca Henestrosa, por ejemplo, contiene las obras y la colección de libros de Andrés Henestrosa, un escritor que hizo contribuciones variadas al estudio del idioma zapoteca y de la tradición oral. Un hombre que no habló español hasta la edad de catorce aňos, él atesoraba la tradición oral pero la transformó en literatura escrita.
Compañera de edificio junto con la Casa de la Ciudad (que está dedicada a la preservación y el desarrollo sustentable de Oaxaca), la Biblioteca Henestrosa ofrece talleres gratuitos para escritores, y la noche en que visité uno de aquellos para encontrarme con el escritor Fernando Lobo, los músicos se preparaban en el patio para dar un concierto.
Música, arte, literatura e historia se mezclan en Oaxaca como viejos amigos. Un paseo por el Museo de Filatelia me llevó dentro y fuera de múltiples mundos: en una sala, una exposición de sellos relacionados con las exportaciones de México; en otra, collages hechos con materiales de comunicaciones postales; y después, en las paredes del jardín, ilustraciones para dos libros juveniles con temas postales.
En la biblioteca del Museo descubrí a David Kaminski Katz, un miembro joven del personal, responsable de la investigación para las exposiciones. Me dijo que un aspecto importante de la misión de la Biblioteca es la publicación de libros basados en las exposiciones. Los libros están muy bien diseñados, con altos valores de producción, y por supuesto se venden en la librería del Museo para aumentar sus ingresos.
La Biblioteca de Filatelia y el resto de las 37 bibliotecas que aparecen en un mapa lustroso de Oaxaca que está dedicado a ellas, son solo una cara de un boom cultural que la ciudad ha experimentado en los últimos 10 o 15 años.
Hay también pequeñas editoriales independientes como Sur + Ediciones y las más grandes como Almadía, cuyos libros cubren una de las paredes de su fundadora, la librería Proveedora Escolar. Hay librerías más pequeñas, como La Jícara, que se especializa en vender libros publicados por editoriales independientes de México y de otros países y, en una sala adyacente, ofrece comida y bebidas. Hay revistas como Avispero, que publica obra creativa y recibe apoyo financiero del Gobierno Federal, y El Jolgorio, un calendario cultural mensual con artículos reflexivos.
El Jolgorio, como una gran parte de la actividad cultural de Oaxaca, se mantiene con el apoyo de la Fundación Alfredo Harp Helú, llamada así por el hombre que la financia, un ex banquero muy rico (número 974 en la lista de multimillonarios de la revista Forbes). La Fundación ha desempeñado un papel de liderazgo en la preservación y en la restauración del centro histórico de Oaxaca – más dramáticamente en el caso del ex Convento de San Pablo que, además de albergar las oficinas de la Fundación, es sede de un centro académico y una biblioteca.
El edificio original del siglo XVI había sufrido terremotos y había sido destinado a otros usos y era realmente una ruina de lo que había sido hasta que finalmente, en el siglo XXI, la Fundación Harp Helú invirtió en su restauración – una fusión dramática de lo viejo y lo nuevo. A lo largo de un lado del patio, el arquitecto levantó una placa de vidrio a través de la cual se puede ver a los usuarios de la biblioteca dedicada a la historia de México y Mesoamérica – y a través del vidrio, la muralla fantasmal del Convento antiguo.
Impresionante como es el Convento restaurado, imagino que no soy la única persona tan encantada por la nueva biblioteca pública para niños – una serie de salas que serpentean por una ladera y donde el arquitecto recibió instrucciones de no cortar algunos árboles.
Cuando llegué allá al anochecer una tarde para escuchar a un bibliotecario de Colombia, solo había unos pocos niños y adultos en las habitaciones de lectura. Una hora más tarde cuando me estaba yendo ya de noche, las salas iluminadas que pasé se encontraban casi llenas.
Estas riquezas para los lectores de Oaxaca son sorprendentes en la capital de un estado cuya población es una de las más pobres y con mayor cantidad de indígenas de todo México. A pocos pasos de las bibliotecas pequeñas del centro histórico, los vendedores van de turista en turista con sus blusas bordadas y sus pilas de telas tejidas, mientras que las familias indígenas que no tienen nada para vender se sientan contra las murallas, extendiendo vasos de plástico para recibir limosnas.
Cuando volvía a la calle después de un taller para estimular la lectura, recordé el dicho erróneamente atribuido a María Antonieta: “Déjalos comer pastel.” Dada la pobreza visible en Oaxaca, me pregunté si estaba yo escuchando una variación durante estos talleres – ¿”Déjalos leer libros”?
Como en París en la época de la Revolución Francesa, el descontento retumba por las calles de Oaxaca. En 2006, levantándose contra lo que veían como la indiferencia del Gobernador del Estado de Oaxaca a las necesidades de la población, miles de personas ocuparon el centro de la ciudad donde se concentran las bibliotecas. La manifestación comenzó en mayo con una huelga de maestros. Otros se unieron a sus marchas, se atrincheraron en las calles, el negocio del turismo se interrumpió, y los escuadrones de la muerte atacaron a los manifestantes. La Policía Federal antidisturbios entró a la ciudad. Seis meses y una docena de muertes después de su comienzo, el levantamiento terminó.
Pero todavía hay descontento, y la policía mantiene un ojo vigilante sobre la ciudad. Mientras que estaba allí, la ciudad fue la sede de un congreso mundial de representantes de otras ciudades que, como Oaxaca, ha sido designadas por la UNESCO como Patrimonio de la Humanidad. De la noche a la mañana el número de policías en el área turística – ya abultado para los criterios norteamericanos – se multiplicó. Los camiones abiertos llenos de policías con armas automáticas de tipo militar patrullaban las calles.
También hay una ola de violencia relacionada con las drogas que está azotando a muchas partes de México. En un programa sobre las comunidades de lectores que se llevó a cabo en Proveedora Escolar, Oscar Javier Martínez – el director del programa sobre libros que la librería produce para la radio – conectó la crisis de violencia en México al hecho de que hay pocos mexicanos que leen.
Después de la sesión, él me dijo que la idea surgió del poeta mexicano José Emilio Pacheco. En un país donde muchos niños están creciendo en familias que han sido destruidas o que son violentas, Javier dijo que el único modo en que estos niños aprenderán empatía es a través de lectura – al ver en los personajes de novelas la humanidad de otros.
El problema es que la mayoría de los mexicanos no lee libros. Aunque la estadística de alfabetización se acerca al 100 por ciento, los estudios muestran que la incidencia de la lectura de libros está muy por debajo de la de los Estados Unidos. Esto no es sorprendente, dados los bajos ingresos de la gente y los altos precios de los libros en México. Como me dijo un bibliotecario, los mexicanos están ocupados en “tratar de sobrevivir.”
Esta es la verdad. Durante mi exploración de la vida literaria de Oaxaca me enfrenté con la necesidad desnuda: una niña vendiendo cerillas en un café, un hombre encorvado con sombrero ofreciéndome sus cucharitas de madera por un dólar cada una, insistiendo, una y otra vez, como si yo no lo comprendiera: “Es para la sal. Es para la sal.”
En este contexto, imagino que sería posible descartar las pequeñas bibliotecas de Oaxaca como un entretenimiento para los privilegiados, pero no puedo evitar pensar que sus espacios incuban pensamientos que se derraman en las calles – así como después del levantamiento de 2006, los graffiti de los manifestantes se derramaron en una exposición del IAGO dedicado a su arte.
En uno de los artículos de El Jolgorio que celebraba el vigésimo quinto aniversario del IAGO, Pedro Valtierra, el dirigente de la revista nacional de fotografía Cuartoscuro, especuló que los centros culturales como esos de Oaxaca podrían ser la solución verdadera para las problemas sociales de muchas partes de México. Como una historiadora, yo sé que no hay soluciones singulares para nada, pero posiblemente no sería utópico esperar que a través de estas puertas abiertas soplarán vientos de cambio. – Carol Polsgrove, enero de 2014. Fotos por Carol Polsgrove. Para más sobre la escena literaria de Oaxaca, vea Fernando Lobo, escribiendo en Oaxaca.